La epilepsia es definida por la International League Against Epilepsy (ILAE) como “un trastorno cerebral que se caracteriza por una predisposición continuada a la aparición de crisis epilépticas y por las consecuencias neurobiológicas, cognitivas, psicológicas y sociales de esta condición” (Fisher et al., 2014, p.476). Uno de los síndromes electroclínicos más prevalentes durante la infancia es la epilepsia rolándica o también llamada epilepsia benigna con espigas centrotemporales (conocida también por sus siglas en inglés BECTS).

La prevalencia de esta condición de predisposición genética es entre un 15-24% y tiende a aparecer entre los 2 y los 13 años, con una media de 7 años de edad (Ibáñez-Micó et al, 2012). Las crisis ocurren frecuentemente durante el sueño en el 80-90% de los casos, un 15% en la transición sueño-vigilia y cerca del 10% solo en etapa de vigilia. Su período de duración es entre 30 y 180 segundos. Su manifestación clínica son crisis “parciales oro-faciales motoras con mayor compromiso de la comisura labial, acompañado frecuentemente de sonidos guturales, sialorrea, disturbios de la deglución, anartria y síntomas sómato-sensoriales locales” (Sociedad de Epileptología de Chile, 2012, p. 60).

El pronóstico de esta condición médica suele ser bueno en relación con la remisión de las convulsiones, sin embargo, también se ha descrito que tiene un impacto a nivel neuropsicológico. 

En relación a las habilidades académicas, existe un consenso en las investigaciones sobre la presencia de dificultades en la lectura en pacientes con BECTS, sin embargo, no constituye un predictor de desarrollo en todos los casos por igual. Un aspecto interesante a considerar, es que las dificultades asociadas a la lectura no necesariamente pueden ser vinculadas en su origen a un rendimiento atípico de la memoria de trabajo, sino también pueden tener su causa en dificultades de tipo lingüísticas (procesamiento fonológico, significado de palabras).

En cuanto al funcionamiento ejecutivo, la evidencia disponible en la actualidad es de baja calidad (Ramos et al., 2021). Sin embargo, las actuales investigaciones coinciden que los déficits neuropsicológicos son a nivel de control inhibitorio, flexibilidad cognitiva y fluidez verbal. La explicación de la razón por la que existiría una disfunción ejecutiva en pacientes cuyo foco epiléptico se centra en zonas temporales se atribuye a la actividad interictal, que ha permitido descubrir que las repercursiones de las crisis no se cirscuncriben a una zona delimitada, si no que puede llegar a afectar a otras redes cerebrales alejadas del foco epiléptico, generando cambios sútiles tanto a nivel estructural como funcional (Zanaboni et al 2021). En relación con la memoria de trabajo, los resultados obtenidos tienen mayor consistencia y demuestran que aparentemente no hay déficits asociados a esta función, y en el caso de existir, pueden aparecer cuando la demanda cognitiva de la tarea aumenta (Ramos et al.).

En relación con la conducta, las emociones y las habilidades sociales, la evidencia disponible sustenta que la disfunción ejecutiva aumenta la probabilidad de desarrollar dificultades asociadas a la regulación emocional y conductual (Healy et al, 2018). Se han descrito “déficits significativos en la capacidad para reconocer y expresar relaciones interpersonales, comportamientos perturbadores, problemas sociales, comportamientos agresivos, ansiedad y depresión” (Zanaboni et al., 2021, p. 9). Estas conductas tienen base en un funcionamiento atípico de la flexibilidad cognitiva (asociado a los problemas emocionales) y en el control inhibitorio (asociado a los problemas conductuales), las cuales serían las funciones cognitivas predisponentes para la aparición de este tipo de problemas (Healy et al., 2018).

El cuadro clínico general de esta condición demuestra que el impacto en la calidad de vida de los niños/adolescentes a raíz del diagnóstico de BECTS puede ser significativo. A nivel escolar, Las dificultades académicas descritas pueden predisponer al niño a desarrollar un bajo autoconcepto académico y disminuida autoestima, generando un impacto en los procesos de aprendizaje, limitando el acceso a nuevas oportunidades y condicionando su proyecto de vida. A nivel familiar, los problemas conductuales y emocionales pueden favorecer la aparición de estilos de crianza autoritarios o permisivos, lo que tendrá un efecto directo en el clima del hogar, la dinámica familiar y en el desarrollo de la personalidad del niño/adolescente. En forma paralela, también es posible generalizar al campo de las relaciones sociales y afectivas, en donde fallos en los procesos de cognición social afectarían el desarrollo de vínculos de amistad y de relación de pareja. De ahí que resulte imprescindible la evaluación e intervención temprana de los trastornos del neurodesarrollo o déficits neuropsicológicos asociados a la BECTS (Zanaboni et al., 2021).